En 1965 los hermanos Eric y Ian Barney protagonizaron un hecho inédito en la historia del deporte mundial: se consagraron campeones de salto con garrocha y lanzamiento de jabalina, respectivamente, en el torneo Sudamericano de Río de Janeiro, Brasil. El destino, la genética o quién sabe qué, determinó que los mellizos Barney fueran atletas de notable trayectoria internacional, con títulos y records que llevaron la bandera de Misiones bien alto.
Nacieron el 10 de mayo de 1941, cursaron la primaria en Oberá y luego realizaron sus estudios secundarios en un colegio inglés de Buenos Aires, donde se formaron en la disciplina atlética. Ian lanzaba la jabalina y Eric practicaba salto en alto, distancias y lanzamientos, y entre los dos arrasaron con los trofeos y títulos estudiantiles.
En el 61 volvieron a Oberá y, mientras que Ian cumplió con el servicio militar obligatorio, Eric construyó su propia pista en la chacra y comenzó a saltar con una tacuara. Al año siguiente regresaron a Buenos Aires para estudiar ingeniería y entrenar con los hermanos Eleusippi, reconocidos entrenadores de entonces.
En 1963 Eric logró su primera marca sudamericana y en el 65 los dos fueron campeones sudamericanos. Pero Eric quiso un poco más y eso lo llevó a la cúspide, ya que tuvo el privilegio de participar en los Juegos Olímpicos de México 68. Además, compatibilizó como pocos el estudio con la alta competencia deportiva. Por ello, para ampliar sus horizontes, cursó ingeniería en la Universidad de Berkeley, en los Estados Unidos, donde también se integró al movimiento hippie. “Ingeniería es una carrera muy brava y tuve muchas dificultades. No fui ninguna excepción ni un dotado, ni en el deporte o el estudio. Pero sí fuimos muy perseverantes y muy intensos en nuestras acciones”, resaltó Eric en plural, como para contener al hermano. En 1971, en los Estados Unidos, logró una marca de 4,90 metros y se mantuvo durante 17 años como record sudamericano.
Los hermanos Barney escribieron las mejoras páginas del atletismo misionero, sin exagerar. Entre ambos ganaron seis títulos sudamericanos y vivieron el deporte con pasión, pero el destino los separó pronto. “Ian era más introvertido que yo. También era más inteligente y más capaz. Sabía gramática, sabía pintar”, reconoció Eric. “En los deportes no sé si alguna vez le gané, y si hice mejores marcas, fue porque entrené más, reconoció. Él era muy cabeza dura, nunca quiso hacer pesas. Pero tenía un brazo excepcional. Podía tirar una naranja a cien metros, cuando yo la tiraba a sesenta”.
Y con gran admiración recordó que “en los últimos años de universidad ya no teníamos guita porque acá la yerba no andaba. Entonces mi hermano empezó a trabajar en Eveready y me daba la mitad del sueldo. ‘Vos entrenate’, me decía. Faltaba poco para la Olimpíada de México y yo tenía que entrenar mucho, por eso él trabajaba y yo entrenaba”.
Ian se recibió de Ingeniero Naval y estudió Oceanografía en los Estados Unidos. En 1969 falleció en un accidente automovilístico. Para recordarlo por siempre como hijo pródigo, el polideportivo Municipal de Oberá lleva su nombre.
Por Daniel Villamea